Delicias pintadas, segundo itinerario por El Prado

¿Te habías quedado con ganas de seguir la ruta de bodegones que nos ha preparado Belen Naharro? Aquí continúa. Vamos a disfrutar de Delicias pintadas, segundo itinerario por El Prado.

 

Delicias pintadas, bodegones del Museo del Prado

Tomás Hiepes: “Dulces y frutos secos sobre una mesa”, 1600-1635

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Se dice que un canasto con frutas (“Cesta de frutas” de Caravaggio) puede considerarse el primer bodegón independiente de la historia. Desde la creación de ese mítico modelo son innumerables las veces en que encontramos bonitos recipientes de fino trenzado de cestería que albergan en su interior deliciosas frutas y delicadas flores. En este caso el artista hace que nuestra mirada se mueva antojadiza entre el cesto repleto de avellanas y castañas y el de mayor tamaño, en el que unos retorcidos barquillos despiertan nuestro apetito. Higos secos, pasas, almendras y otros frutos secos sustituían a frutas como las manzanas, las peras o las cerezas como tentempiés de invierno. Las almendras se apreciaban asimismo a la hora de hacer pasteles, púdines y otros dulces. En el centro del cuadro, una botella oscura marca la simetría compositiva.

Todo está medido a gusto del artista

El director de orquesta hace su aparición, todo está medido a gusto del artista. Avanzando hacia nosotros en primer plano, dos cestos, uno con avellanas y castañas y otro con retorcidos barquillos, flanquean una botella oscura que se alza en medio marcando la línea del eje de simetría principal en torno al cual se ordena la composición; delante, un plato metálico de plata o latón con fragmentos de turrón y una rosquilla, tres dulces más (o panes), uno de ellos con la superficie bien azucarada y otro plato metálico que exhibe media docena de tortas, la superior troceada, completan el apetitoso conjunto. La superficie sobre la que se levanta este espléndido complejo, propio de postres o meriendas, resulta extraordinariamente sencilla por contraste con el complejo agrupamiento: un simple tablero, pintado con un… un plato metálico de plata o latón recoge unos trozos de dulce turrón, de probable procedencia levantina, y una rosquilla. Ya sobre la mesa, con un tablero de madera encarnado para lucimiento de las gamas cromáticas, tres dulces más (o panes), uno de ellos cubierto por una generosa capa de azúcar. En otro plato metálico esperan ser degustadas media docena de tortas, la superior ya troceada para saborearla. La merienda, o puede que un apetitoso desayuno, está servida. Fue Juan van der Hamen el primero en popularizar en la corte madrileña los bodegones con dulces que pronto solicitaría la clientela. Seguramente siguiendo esta estela lo hace Hiepes, y en ese caso habría que hablar además de un componente biográfico por su especial vinculación a la repostería: su hermana Vicenta era propietaria de una confitería en Valencia y el maestro debía de estar familiarizado con los dulces típicos de la tradición española.

Clara Peeters. “Mesa con mantel, salero, taza dorada, pastel, jarra, plato de porcelana con aceitunas y aves asadas”, hacia 1611

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En este recorrido encontramos también auténticas maravillas del bodegón europeo de la mano de la pintora Clara Petters, quizá una de las primeras bodegonistas de la historia. Nos colamos en un hogar rico y pulcro. Sobre una mesa cubierta con un mantel de damasco de lino debidamente planchado y almidonado, se disponen alimentos y vajilla de aparato. Un bellísimo salero de plata llama poderosamente la atención. La sal es un bien muy preciado antes de la aparición de los métodos industriales de producción. Se requiere en todas las cocinas para la conservación de la carne y de los estimados pescados (como el arenque), a la vez que se utiliza en la curación de quesos o para el adobo de las aceitunas. A principios del siglo XVII los comensales cogían la sal refinada de los saleros con la punta de un cuchillo como el que aparece en el cuadro.

En esta época todavía se come con las manos

Conviene recordar que en la época está vigente la costumbre de comer con las manos, y solo en algunas mesas distinguidas y elegantes se exige al comensal que aporte un estuche con un juego completo de cubiertos cuando se le invita a una cena. Algunos tratados culinarios lamentan el hecho de que a mediados del siglo XVII se vaya imponiendo la costumbre de usar cubiertos, porque se cree que al dejar a un lado las manos se pierde uno de los sentidos con que mejor nos relacionamos con la comida: el tacto. Un tratado británico censura incluso el uso que hacen los italianos del tenedor, que reputa de afeminado.

Clara elige, para su mundo fingido, objetos delicados y de gran belleza que nos sitúan en un hogar cosmopolita: nos cautiva el plato de porcelana kraak de procedencia china con aceitunas o la jarrita de Siegburg, en la región del Rhin de Alemania Occidental.

Un pastel ocupa el centro de la mesa. A finales del siglo XVI los pasteles se rellenaban de fruta, pescado o carne convenientemente aderezada. Se hacían con harina fina, agua y mantequilla, y su horneado se convirtió en garantía de buena mesa. Tanto las aceitunas de variedad manzanilla como las dulces y coloridas naranjas nos remiten directamente a nuestra tierra. Las primeras eran consideradas muy nutritivas y útiles para estimular el apetito, mientras que la naranja estaba presente en todas las salas y y además permitía elaborar mermeladas o zumos. Sobre un plato de peltre, las aves, probablemente los típicos faisanes de mesas elevadas, esperan ya que les hinquen el diente.

Clara Peteers: “Bodegón con flores, copa de plata dorada, almendras, frutos secos, dulces, panecillos, vino y jarra de peltre”, 1611

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Pintar reflejos había sido uno de los objetivos de los pintores de la realidad. El reto se consigue aquí en la copa de vidrio a la veneciana (façon de Venise) llena de vino tinto color rubí, probablemente originario de Francia o España. El historiador danés Pontanus atribuía un origen español no solo al vino, sino también al aceite, la sal, las pasas de Málaga y los higos. En esta obra las frutas exquisitas se mezclan con almendras y barritas de azúcar en un gran frutero bianchi di Faenza, un cuenco de singular belleza y digno de convertirse en uno de los protagonistas de esta escenografía coral.

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Detalle

Además de por su pintura realista y contenida y la riqueza cromática que engalana sus composiciones, Clara Peteers nos sorprende con algunos aspectos fascinantes: en las hermosas y elaboradas piezas de orfebrería recogidas en el escenario fingido, la copa dorada y la jarra de peltre, la artista pintó su autorretrato —tres veces en la copa y cuatro en la jarra—. Un primer paso en la visibilidad de las mujeres creadoras: sin duda, ella tiene el propósito de darse a conocer, de autoafirmarse como pintora. ¿Qué pretende si no una joven que se autorretrata en un reflejo en repetidas ocasiones? Nos invita a entrar en la pintura, y emocionados ante este genial selfie del siglo XVII, entramos para descubrirla haciendo lo que más le gusta: pintar. Y descubrimos además que uno de los pretzels ha sido mordisqueado. Junto a los diminutos autorretratos, ese detalle nos lleva a pensar que alguien ha estado sentado a la mesa, lo que hace que la ilusión representada en el cuadro parezca real. El ilusionismo es conmovedor.

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Detalle selfie

Pinchando aquí vais directamente al primer itinerario.

En unos días seguiremos con el tercer itinerario 

Marien Ladrón de Guevara

LA AUTORA :

TE VEO EN MADRID es el resultado de mi inquietud por descubrir y disfrutar de todo lo que nos ofrece la vida unido a un enorme deseo de escribir...[+ info]

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FECHA DE PUBLICACIÓN: 7 May.2020

SECCIÓN: Cultura y arte, CULTURA Y ESPECTÁCULOS

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Comentarios:

  1. ana dice:

    Fantástico recorrido!! Ganas inmensas de volver al Prado para seguirlo y admirar tan apetecibles joyitas! Gracias!!

  2. Ana dice:

    Concuerdo contigo. Si además nos acompaña Belén, con esa mirada tan cercana y fresca que le da al arte, lo disfrutaremos a tope. Gracias por compartirlo con nosotros y hasta pronto!

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