Ayer no puedo ser. A pesar de que Sabina dijo “Hoy no están viendo un buen concierto” si lo estaba siendo. Estaba cantando muy bien, pero desde que subió al escenario se notaba que estaba demasiado emocionado y que esa emoción podía hacer que Joaquín se rompiera en cualquier momento.

Llegamos casi las primeras

No había entradas desde hace meses y el público estaba, estábamos, entregados, desde que el maestro apareció en el escenario. Empezó cantando “Yo me bajo en Atocha” y entre miles de aplausos, explicó, como solo él sabe hacerlo, lo malo que es hacerse viejo. “Solo el gusanillo que se siente al cantar en Madrid te hace rejuvenecer y espero que este sea un concierto largo” así comenzaba la noche. Habló de sus entradas y salidas del hospital y, a cada cosa que contaba, detrás de cada canción, era tal la entrega y el cariño de todos que, creo, Sabina sintió demasiada presión. 

Su banda estuvo todo el tiempo pendiente de él y cantaron, que algunos lo hacen muy bien. Escuchándolos pensé en todo lo que ha pasado desde aquel día en el que coincidí con ellos en el avión rumbo a Cartagena de India. Llegamos de noche, bastante tarde, íbamos al mismo hotel y, para que no me fuera sola, me invitaron a ir con ellos en su furgoneta, rodeados de instrumentos. 

No puedo ser, se suspendió el concierto porque “se quedó si voz”, pero se quedó mudo de emoción, no de afonía. Nos dejó “El corazón en los huesos” por no poder escuchar Contigo, Princesa… pero mereció la pena. Si Sabina se vuelve a subir al escenario en Madrid, allí estaremos.